Illustrated by Galochka Ch
Iryna y su hijo Ilya, de ocho años, son de Kharkiv. En tiempos de paz, Irina tenía un negocio, un apartamento y un coche. Hasta hace poco, no creía que pudiera estallar una guerra y que su ciudad fuera atacada con los misiles.
«Cuando comenzaron los bombardeos, pensé que probablemente solo nos estaban asustando para que les hiciéramos concesiones (a los rusos). Pero cuando los aviones vuelan, cuando los misiles caen en cualquier parte… A veces aciertan a instituciones, a veces a edificios residenciales”, dice Iryna. No puede entender por qué arrojan bombas a edificios residenciales, destruyendo cuatro pisos a la vez.
La mujer y su hijo se refugiaban en el sótano todo el tiempo. A veces se cansaban de ir al refugio y se quedaban en el pasillo cerca del ascensor. Iryna vivía en Oleksiyivka. Su casa fue bombardeada y la familia se mudó con parientes al centro. Inmediatamente después de eso, comenzaron los bombardeos en el centro. En la ciudad comenzaron los problemas con el suministro de comestibles. Las tiendas solo abrían durante unas horas y luego dejaron de funcionar por completo. Luego hubo problemas con el suministro de agua. Al lado de sus familiares Iryna sobrevivió otros tres días.
«La situación se está empeorando, uno no sabe lo que pasará mañana. La situación humanitaria es terrible y los bombardeos se intensifican, – dice Iryna. – Durante los últimos días aviones militares han estado rondando sobre nuestra casa. El ruido es tal que la casa se estremece, incluso dentro de un radio de un kilómetro.
Según Iryna, muchas personas creen que las primeras plantas de los edificios de nueve pisos permanecerán intactas y, por lo tanto, no se van al refugio. Otros tienen miedo de bajar al sótano para no ser enterrados vivos debajo de los escombros. Donde cayeron los cohetes, solo se derrumbaron tres o cuatro pisos superiores. Iryna vivía en el noveno piso, así que bajaba al refugio.
«Los ataques aéreos ocurren tan rápido que ni siquiera hay sirenas. Solo escuchas algo zumbando, explotando, pero cuando lo escuchas, ya es demasiado tarde. Por eso pasamos la última noche en el sótano”, dice la mujer.
La mujer esperaba quedarse en los refugios hasta que todo terminara, pero debido a la guerra, se cortaron las comunicaciones. A la gente no le podían traer pan, la calefacción dejó de funcionar. Era imposible quedarse en la ciudad, pero tampoco había a dónde ir. Iryna no sabía si sería seguro dónde mañana estarían ella y su hijo.
Decidieron irse el séptimo día de la guerra. La parte más difícil fue llegar a la estación. Afortunadamente, un vecino los llevó a Iryna y a su hijo. Muchos conocidos fueron a la estación a pie, llevando consigo sus cosas. “Las personas iban caminando por la calle, pidiendo que las recogieran, pero nadie se detenía porque nadie viajaba solo”, recuerda la mujer. En la estación, solo estaban esperando poder caber en el vagón. Hubo muchas familias con niños, en los trenes la gente ocupaba cada asiento libre.
Iryna y su hijo abordaron un tren de evacuación que viajaba al oeste de Ucrania. No les importaba dónde iban a parar: en Lviv, Rakhiv, Uzhhorod o Ternopil. Llegaron a Lviv.
Hoy Iryna vive en un asilo organizado por voluntarios en el Club Deportivo de Lviv. Había encontrado su dirección en las redes sociales. Todavía se está recuperando de sus emociones. «Mientras estoy sentada, la puerta se cierra de golpe en algún lugar y me estoy estremeciendo», comparte la mujer. – Entiendo que aquí todavía no hay nada, pero ya tengo el instinto de tener que correr al refugio. Quedó el miedo de que ya llegaran aquí”.
En Kharkiv se quedaron la abuela viejecita de Iryna, que no quería irse, y el gato, que el hijo de Iryna añora mucho. Muchas familias con niños todavía no quieren abandonar sus hogares, temen la incertidumbre y esperan sobrevivir al bombardeo en los refugios. Sin embargo, los nervios se les agotan incluso a aquellos que no querían irse a ningún lado.
Mientras tanto, es casi imposible llegar hasta la estación de tren en Kharkiv. Los taxis funcionan solo con las tarifas máximas, hasta 1.500 hryvnias. Incluso en tales condiciones, muchos taxistas se niegan a ir, uno puede esperar el coche todo el día. Un conocido de Iryna quiso irse en su propio coche, pero como consecuencia del bombardeo aquel se incendió. Otro problema es que si alguien tiene coche, no tiene gasolina.
«No tengo ningún plan. Nos fuimos sin equipaje porque no hubo tiempo para hacer maletas. En el refugio elegí la ropa para mi hijo, algo para las temperaturas más altas y otro, para las más bajas. Fue solo en el tren cuando recordé que me había olvidado del loro, dice Iryna. – No pensé que me iría. Nunca lo pensé.»