Guerra. Historias de Ucrania

Los ucranianos cuentan cómo viven durante la guerra

«Vimos a la gente preparando comida junto a tumbas: de un adulto, de un niño», Oleksandr Surovtsov, 36 años, Mariupol

por | 22 marzo 2022 | Mariupol

Illustrated by Liubov Miau

En la mañana del 24 de febrero, mi esposa llevó a mi hijo a la escuela mientras yo todavía estaba dormido. La esposa regresó a eso de las 8, y en seguida su maestra de clase la llamó y le dijo: «Ha empezado la guerra». Y de alguna manera nosotros…  Hubo algunas explosiones. Siempre las habíamos escuchado desde el este, aunque los últimos años no eran tantas. La esposa inmediatamente telefoneó a Senia [hijo de 14 años] para que esperara en la parada de autobús y corrió a buscarlo.

Yo trabajaba en una tienda de acuarios, donde vendía peces, plantas y  comida para peces de acuarios. Aquella mañana le escribí un mensaje al gerente. Pregunté si debía ir a trabajar. Él respondió: «¿Qué tipo de trabajo, si comenzó la guerra?» Es decir, yo ni siquiera entendía realmente lo que estaba pasando. Pero el mismo día, comenzaron explosiones más fuertes. La guerra llegó a toda Ucrania. Aunque no había fumado durante 10 años, aquel día comencé de nuevo.

El 2 de marzo ya cortaron la electricidad, calefacción y comunicación. El 6 de marzo me visitó un amigo antiguo, con quien no nos vimos desde hace 5 años. Los tres nos sentamos en la cocina, bebimos, la esposa calentó el agua. Todavía había agua corriente. Poco a poco el gas se apagó.

Dormíamos en el suelo del apartamento cubriéndonos con 3 o 4 mantas. Traíamos el agua desde el pozo, cocinábamos en la hoguera.

Cuando aún teníamos la oportunidad, compramos un poco de papa, cebolla y zanahoria. El amigo trajo tocino y embutido. Para ser honesto, los vecinos saquearon la tienda y nos dieron algo de comida. En la Iglesia Ortodoxa nos dieron dos latas de guisantes y dos latas de maíz. Todavía cocinaban sopa, una pequeña porción, pero se podía comer algo. No cogimos comida, nos inscribimos solo para ayuda humanitaria. Sin embargo, los hijoputas rusos no la dejaban pasar. Cuando había pan, lo secábamos. Cocinábamos la sopa en la hoguera, añadíamos un poco de pan rallado, así eran los almuerzos. Había harina, así que mi esposa hacía buñuelos simples de harina, sal y agua.

Antes no me comunicaba mucho con mis vecinos, había muchos con actitud anticuada. Pero durante la guerra comencé. Resultó que era la gente más o menos normal. La guerra, ya sabe, hace que las personas sean más humanas, comienzan a ayudarse mutuamente, traban amistades. Aunque las personas son diferentes y algunas están sacando provecho de la guerra.

La mayoría de las veces nos quedábamos en casa porque nuestro refugio antiaéreo estaba muy húmedo. Bajábamos allí sólo cuando directamente disparaban los cohetes Grad (sistemas múltiples de lanzamiento de cohetes). Sentí el primer bombardeo serio cuando fuimos a visitar a la madre del amigo. El avión lanzó una bomba cerca del muelle, junto al mirador que estaba a 300 metros de nosotros. Era la primera vez que nos asustamos mucho. Luego fuimos al centro de la ciudad para visitar a la madre de mi esposa. Hubo combates muy fuertes, cada patio era como un pequeño Grozni (capital de Chechenia, lugar de feroces combates a lo largo de la década de 1990.  – Nota del traductor), lo llamé así. Coches y edificios estaban en llamas. Avanzábamos a saltos, entre los bombardeos, a través de los patios. Veíamos a la gente preparando comida junto a tumbas: de un adulto, de un niño.

En otra ocasión, cuando fuimos a ver a los padres de la esposa, vimos un enorme charco de sangre y allí , ya sabe, sesos flotando. Hay muchos cadáveres en la ciudad:  en paradas de transporte público, en escaños. Los envolvían en mantas y así sacaban. Al lado de mi edificio durante 5 días yacía una mujer envuelta en una manta, junto a ella pusieron una cruz hecha de dos palos. Luego, quizás sus familiares, decidieron enterrarla, cavaron un hoyo entre castaños y la enterraron en aquel paseo.

Un día estábamos cocinando en el patio. (Vivimos frente al astillero para reparaciones). Un proyectil llegó al astillero, hubo una fuerte onda de detonación, corrimos hacia la entrada. Nos asustamos un poco, pero pensamos: «Está bien, que ha pasado, ha pasado». Salimos y seguimos cocinando. Cuando volvimos a casa, escuchamos una fuerte explosión. Un proyectil golpeó el edificio de 9 pisos detrás del nuestro, él se incendió y el tejado fue volado en un edificio vecino. Después de eso, decidimos que teníamos que irnos.

No tenía coche. Pregunté a los vecinos, pero algunos de ellos llevaban consigo documentos, colchones u otro cachivache, y no había suficiente espacio para nosotros. Su propiedad era más importante que la vida humana. Una vecina con un niño también estaba buscando un coche y no pudo encontrarlo.

Finalmente, logré encontrar a un hombre que aceptó sacarnos. De Mariupol fuimos a Mylekyno. Hay un puesto de control ruso del lado de Zaporizhia. En Mangush vimos las banderas de la RPD y Rusia, hubo un puesto de control ruso en Ostapenko, pero lo peor fue en Berdiansk. Hubo principalmente buriatos. Me pidieron que mostrara el tatuaje, comprobaron si yo no era de «Azov». Mostré el tatuaje, luego me enviaron para registrarme. La registración parecía a una escena de la película «La lista de Schindler»: tres mesas de plástico, tres soldados rusos sentados, un cuaderno y un bolígrafo. Apuntan el número de teléfono, nombre completo, año de nacimiento y ciudad de residencia. Comprueban si has combatido durante los últimos 8 años, bueno, ya sabe, todas esas cosas propagandísticas. Llené todo y fui a Berdiansk. Nos alojaron allí en la casa local de cultura.

Estuvimos allí 4 días. Tardamos mucho en encontrar una oportunidad para partir a Zaporizhia. Pero lo hicimos. Luego, otros puntos de control. En unos chequeaban mensajeros, fotos, en otros volvían a mirar tatuajes. En Zaporizhia ya nos dieron de beber y de comer, nos llevaron al jardín de infancia, donde pudimos dormir. Nos lavamos por primera vez desde el 24 de febrero.

El hijo está pasando por todo esto más fácil que todos nosotros. Lo más difícil es para la esposa, porque sus padres se quedaron allí. Ellos no quisieron irse. Dicen: «Todo nuestro está aquí, no queremos abandonar nada, todo se va a normalizar». Los míos también se quedaron. Mi mamá llamó hoy. Dice que todavía todo está tranquilo cerca de ellos. 

Siento añoranza por la ciudad, aunque la hayan matado, aunque no haya donde lavarse.

Anotado: 24 de marzo de 2022. 

Traducción: Oleksiy Pelypenko

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