Guerra. Historias de Ucrania

Los ucranianos cuentan cómo viven durante la guerra

«Mi hijita está sonriendo, extendiendo las manitas hacia mí, y tengo ante mis ojos una imagen de que ella no está, cómo se quedó aplastada en el sótano mientras dormía», Anastasia Mykhailovska, 31 años, Kyiv

por | 17 marzo 2022 | Kyiv

 

Illustrated by Tanya Guschyna

 

«No recuerdo exactamente cuándo los soldados rusos vinieron a nuestro sótano. Quizás el 6 o el 7 de marzo. Estoy un poco confundida con las fechas. Pasamos 14 días bajo tierra. La noche anterior fue terrible, disparaban mucho. Probablemente, fue entonces cuando los rusos ocuparon Bucha. Y al día siguiente escuchamos el rugido del material bélico. Los hombres se asomaron por encima de la cerca de la casa donde nos escondíamos. Vivíamos en la calle más alejada, más allá había solo el campo. Y ese campo estaba lleno de tanques y vehículos blindados rusos. Unos 30 en total. Y luego sus militares vinieron a donde estábamos nosotros. Dijeron que estaban efectuando la operación rastrillo, buscando a nacionalistas «, – dijo Nastia Mykhailovska, una médica de familia de 31 años de Kyiv.

Junto con su esposo e hija Zoya, de ocho meses, abandonaron Kyiv el primer día de la guerra a plena escala, cuando las primeras bombas cayeron sobre Kyiv. Salieron rumbo a Bucha en la región de Kiev, donde sus parientes tenían una casa de campo. Les parecía que allí estarían más seguros. Desde allí planeaban ir más hacia el oeste.

Cuando se acercaron a Bucha, la batalla ya continuaba en Gostomel. Un avión de caza voló sobre el auto y los helicópteros efectuaban el desembarco. La primera noche en Bucha la pasamos en un sótano porque hubo intensos bombardeos. Pero entonces Nastia y su esposo todavía no se dieron cuenta de que estaban atrapados.

«Sentí el shock. Estaba sentada con la niña en brazos y no podía creer que todo esto estaba sucediendo en realidad. Traté de luchar contra la sensación de fatalidad. Pero el pensamiento de que este era el final me apretaba cada vez más. De día esperaba la noche para dormirme y no pensar. Por extraño que parezca, por la noche yo dormía. Incluso a pesar de las explosiones. No puedo decir que tenía alguna esperanza. Me sentía cada vez peor”, – dice Nastia.

 

 

Eran dieciséis reunidos en el sótano: los primos de Nastia con sus familias, su tía y tres vecinos que no tenían sótano en su edificio. Cinco niñas, la menor de seis meses y la mayor de ocho años, y seis mujeres, entre las cuales una estaba embarazada de 9 meses.

Los bombardeos no cesaban. Al segundo o tercer día comenzaron a suprimir la telecomunicación. La incertidumbre oprimía. Días tras días pasaron en constantes pensamientos de que era necesario huir. Pero el problema era cómo hacerlo con niños pequeños y una mujer embarazada. Especialmente porque los autos podían simplemente ser abaleados.

“Vivíamos cerca del centro, pero en un rincón donde los proyectiles no nos alcanzaban. Hasta cierto momento. Un día los vecinos fueron a su casa a cocinar porque tenían chimenea. Regresaron al sótano y en 20 minutos un proyectil atravesó su casa. Rompió las ventanas y destruyó autos. Los vecinos se quedaron sin hogar. Lo cuento yo, pero tengo la sensación de que esta no es mi historia, sino de otra persona. Fue un horror terrible. Traté de bloquear los malos pensamientos, de ocuparme de las cosas del hogar. Nuestra situación no era la peor: Teníamos cierta reserva de alimentos, y los vecinos que lograron salir, nos habían dejado las llaves de sus casas diciendo que tomáramos todo que fuera necesario. Nosotros cogimos alimentos y ropa, cocinábamos en el mangal, y para los niños, en una cocina de gas. También tuvimos suerte con el agua, porque cerca de allí había un pozo. El agua potable la guardábamos para los niños. Son pequeños y no comprenden que sucede. El pasear con ellos por el sótano distrae. Si no fuera por la hija, simplemente yacería como un tronco, – dice Nastia.

«Lo cuento yo, pero tengo la sensación de que esta no es mi historia, sino de otra persona. Fue un horror terrible. «

Los bebés se adaptaron pronto, mientras que a las mayorcitas, de 2 y 4 años, les costaba más. No se les permitía correr ni salir del sótano, había que guardar silencio. Se aburrían. La muchachita de 8 años se portaba bien de día. Se alegraba de haber conocido a nueva gente, les contaba sobre sus amigos y su escuela. Y por la noche se despertaba y lloraba. Incluso cuando no había explosiones, ella la oía y no comprendía qué pasaba. No dejaba de preguntar a mamá: «¿Dónde estamos?»

«Estábamos acostados en un sótano absolutamente oscuro, daba igual si los ojos estaban cerrados o abiertos. Eso me producía escalofríos. Mi esposo y yo nunca habíamos sido creyentes, pero rezábamos. Todos rezrábamos allí. El único deseo que tenía era salir del sótano y bautizar a la niña. Cada mañana le agradecía al Dios por estar viva y no estaba segura de que viviera hasta el día siguiente. Cuando llegaron los rusos y se acamparon a 500 metros de allí, se añadió la sensación de repugnancia. Porque entiendes que en realidad ellos se escondían detrás de tus espaldas. Sus cañones disparaban sin que hubiera el fuego de respuesta. Las Fuerzas Armadas de Ucrania no los suprimían porque allí estaban nuestras casas.

» Todos rezrábamos allí. El único deseo que tenía era salir del sótano y bautizar a la niña.»

Mientras tanto los militares rusos que entraron a Bucha se dividieron en grupos y registraban las viviendas. Llegar hasta el refugio de Nastia y de su familia era la cuestión de tiempo.

A algunos vecinos se les robaron el dinero y los relojes. A otros les pincharon los neumáticos de los coches. Nosotros tuvimos suerte, nuestros tres coches se quedaron intactos. Los rusos nos dijeron que buscaban a los banderites. Lo primero que hicieron fue quitarnos los teléfonos, sacar las tarjetas SIM y destruirlas. Se comunicaron con nosotros como si de verdad se sintieran pacificadores:  «No os preocupéis, les deseamos paz. Hemos venido para liberaros, mataremos a vuestro presidente, instauraremos un gobierno normal. Dadnos 2 o 3 días. Y todo estará bien”. No discutíamos con ellos para no provocarlos. Simplemente escuchábamos y ellos pensaron que estábamos de acuerdo con ellos. Respondiendo a sus preguntas decíamos que allí había muchas mujeres y niños.

Aquella hora de negociaciones quizás fue la más terrible.

Al día siguiente los hombres se envolvieron con banderas blancas y fueron al centro de Bucha para ver si había posibilidad de evacuarnos.

«Llegamos al primer puesto de control ruso y allí nos confirmaron la información sobre la evacuación. En una hora liamos nuestros bártulos, subimos a los tres coches y arrancamos. Aquel día no dejaron pasar al autobús de evacuación. Pero sí dejaron pasar los coches. Mi tía tuvo histeria. En cada puesto de control preguntaba si nos iban a fusilar. En uno de los puestos encontramos a los soldados que habían venido a nuestro sótano. Seguían diciendo lo mismo: «Os deseamos paz, que tenga un parto fácil. Venid a visitarnos»… Por el camino vimos los vehículos blindados asomándose por entre las casas como unas cucarachas. Y pensábamos «¿Dispararán o no?» Y el siguiente pensamiento: «Que sea lo que sea» Será mejor que en el sótano» – dice Nastia.

En dos semanas no había llorado ni una vez. Pero por poco se prorrumpió en llantos cuando ya estaban en el aparcamiento donde los militares ucranianos revisaron los coches, les dieron comida caliente y les hablaron en ucraniano.

Ahora Nastia trata de no recordar la vida en el tiempo de paz. Incluso le duele ver las fotos en el móvil. El mismo dolor sentiría si entrara en su apartamento de Kyiv, comprendiendo que tendría que coger algunas cosas y seguir huyendo. Ahora Nastia está en Lviv con su esposo e hija.

«En el sótano soñé que me encontraba en un lugar seguro. La guerra continuaba, pero yo no oía explosiones. Fui a pasear con Zoya y mi esposo regresó después de arreglar sus asuntos.  Probablemente fue un sueño profético. Zoya cumplió nueve meses y fuimos al centro de Lviv y según nuestra tradición comimos una tortita y compramos un juguete. Tratábamos de portarnos como si todo estuviera bien, – dice Nastia.

Pero no está.

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