Guerra. Historias de Ucrania

Los ucranianos cuentan cómo viven durante la guerra

« Mi casa, Mariupol, ahora parece un infierno. Todo es miedo y desesperanza «, Cristina Dzholos, 30, Mariupol.

por | 17 marzo 2022 | Mariupol

Illustrated by Дар’я Бороденко

« Una mujer vino corriendo a nuestro refugio a pedir ayuda: su esposo había pisado algo que le arrancó ambas piernas. Svitlana, una mujer que se encontraba en nuestro sótano, ayudó a subir al herido a su coche y llevó a la pareja al hospital. Después volvió al refugio tras aparcar el coche delante del portal. Todo esto lo hacía bajo continuo bombardeo, arriesgando su vida a cada rato».

Cristina Dzholos, junto con su marido y su hijo, fueron los primeros en lograr abandonar Mariupol. La familia permaneció en el refugio durante 16 días, casi sin salir. Cada salida suponía jugarse la vida.

« El 15 de marzo, mi familia y yo conseguimos salir de Mariupol. No se había habilitado ningún corredor verde, ningún rescate organizado. Nos la jugamos. Al principio de la guerra había múltiples bombardeos en las afueras de la ciudad, en cambio en el centro de la ciudad, aunque nos daba mucho miedo, por lo menos podíamos vivir de alguna manera. En aquel entonces pocos habían abandonado la ciudad, principalmente porque el gobierno local no informaba sobre estas cosas».

Había pocos refugios en la ciudad: principalmente se trataba de los semisótanos de los edificios. Eran muy escasos los sótanos con ventilación.

« Nos refugiábamos en el gimnasio donde estudiaba mi hijo, en un semisótano frío y húmedo. Al principio solo pasábamos allí la noche durmiendo en el suelo. Por la mañana bajo el fuego enemigo regresábamos a casa donde aún había luz y gas y se podía cocinar. La gente de las afueras iba trasladándose al centro. Yo cocinaba la sopa para ellos, trataba de ayudar con lo que podía a aquellos que se habían quedado sin nada. Aún no era cuestión de supervivencia, todos nos ayudábamos entre nosotros y también a nuestros militares de forma pro activa y rápida».

La familia fue atacada mientras regresaban a casa. « En nuestra casa saltaron los cristales y un proyectil explotó en el patio. Mientras alcanzaba corriendo el portal, escuché la llegada de otro proyectil. Tiré a mi hijo al suelo, justo sobre los cristales rotos, y me eché encima cubriéndolo con mi cuerpo. Al final salimos intactos de aquella pero no volvimos a nuestra casa nunca más. Desde aquel entonces nunca más hubo electricidad».

Cristina intentaba pillar la señal del móvil, y para ello salía a la ciudad. Los vecinos del refugio pasaban los números de teléfonos apuntados en un papel para así poder avisar a los familiares de que estaban bien.« Al lado de la tienda «1000 dribnyts»

 muy conocida entre todos los vecinos de Mariupol, había muchos coches. De repente comenzaron los bombardeos más intensos, varios proyectiles alcanzaron a la multitud. Esa fue la primera vez que vi un cadáver tirado en la calle».

Se encendían hogueras en los patios para hacer sopa o calentar agua. No pasaba mucho tiempo sin que los proyectiles les sobrevolaran y cada vez más cerca. Y en una de esas ocasiones uno de los proyectiles alcanzó a un hombre arrancándole la pierna. Estaba tumbado en el suelo, sangrando y lo peor era que nadie pudiera llevárselo para socorrerlo. Otro proyectil derribó parte de las ventanas del refugio donde se encontraba la familia de Cristina. Una mujer resultó herida en la cadera. La trasladaron a la planta baja. Tenía tal dolor que toda la noche estuvo rogando que la envenenaran para no sufrir esa agonía.

«La gente estaba cavando fosas comunes, para poder enterrar los cadáveres. Fue recomendado sacar a los balcones a los fallecidos por la muerte natural. Nadie recogía los cadáveres. Si un niño se ponía enfermo, nadie sabía cuál sería su destino.Todos estaban enfermos porque cogían mucho frío durmiendo en el suelo. En nuestro refugio, a una niña de un año le subió la fiebre hasta alcanzar los 40 grados. Todos buscaban algún medicamento para ella, pero no consiguieron encontrar antibióticos».

Se desconoce si sobrevivió.

La familia decidió huir pese a que no cesaban los ataques. Tenían la esperanza de salir por uno de los corredores. Llegaron al apartamento, cogieron a su gato y una maleta. Tras cargar las cosas en el coche le pegaron un cartel que decía «niños dentro».

«No sabes si llegarás o no. Alrededor la gente estaba gritando. Reinaba un caos por todas partes, es difícil ahora describir y darse cuenta de lo que estaba pasando».

Los coches formaron un convoy para mantenerse juntos. Fuera de la ventana se veían cables rotos, casas destruidas, arriba, aviones enemigos, bombardeos constantes. A la salida de la ciudad había atascos de tráfico y puestos de control rusos que se dedicaban a inspeccionar cada vehículo a su paso. «A mi esposo hasta le miraron los dedos, creo que para ver si había disparado un arma. Teníamos un miedo terrible, pero ya no escuchábamos las explosiones».

El toque de queda le pilló a la familia en medio de un campo en una zona gris entre los ocupantes y las tropas ucranianas. Se quedaron a pasar la noche junto con otros coches con los que habían viajado. Hacía frío, pero ahorraban combustible y se calentaban con mantas. A las 5:30 de la madrugada emprendieron el camino y deambulando al fin encontraron un puesto de control ucraniano.

«Miles de personas se quedaron allí, no sé cómo ayudarlos. Mi madre y mis tres hermanos también siguen en Mariupol, escondiéndose de los bombardeos en el sótano. Nadie puede ir allí y recogerlos».

Cristina sueña con escuchar la voz de sus familiares y con que cesen los bombardeos. «Nunca y en ninguna parte nos sentiremos en casa. Toda la experiencia, las pequeñas cosas queridas y la familia, se quedaron en Mariupol. Mariupol, mi hogar, ahora parece un infierno. Todo es miedo y desesperanza. Un agujero en que se quemó todo lo que era importante para nosotros».

La fecha de la entrevista es el 17 de marzo de 2022.

Traducción: Olga Ledovaya

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