Guerra. Historias de Ucrania

Los ucranianos cuentan cómo viven durante la guerra

“Sueño con ir a Rusia después de la guerra y profanar de alguna forma creativa la sepultura de Putin”, Alla (84 años) y Tolia (89 años), Kharkiv

por | 7 marzo 2022 | Guerra. Historias de Ucrania, Kharkiv

 

Illustrated by Liubov Miau

– Abuelita, ¿no está en contra si redacto un pequeño texto sobre Usted? – pregunto a mi abuela durante nuestra primera conversación después de una larga pausa de cuatro días. En aquel barrio de Kharkiv donde viven mis abuelos no había electricidad y era imposible cargar el teléfono. Durante todo aquel tiempo no sabíamos dónde estaban y si estaban a salvo.

– Pues, escribe, pero no digas que aquí todo está bien. Escribe que la pareja de ancianos  llevábamos cuatro días sin electricidad, sin noticias. No funcionó la tele ni la radio. Vivimos con velas. 

Escribo: allí todo está mal.

 Mi abuela Alla es de la región de Lugansk, tiene 84 años. Mi abuelo Tolia, que nació en la región de Sumy, tiene 89 años. La infancia de ambos pasó acompañada con las explosiones de las granadas de la Segunda Guerra Mundial, ahora los misiles de los ocupantes rusos están acompañando su vejez. La abuela dice que conocía diferentes vicisitudes de la vida en Kharkiv a donde se había mudado en 1959, pero ahora viendo las imágenes de la ciudad destruida está deshaciéndose en lágrimas.

 Los ancianos no bajan al refugio porque temen tardar mucho en llegar, por eso durante los bombardeos salen al pasillo de su piso. Allí es difícil permanecer largo tiempo: hay poco espacio, los taburetes son incómodos, se duermen las piernas y empieza a doler la espalda. Las ventanas del piso que dan a tres partes diferentes no están aseguradas hasta hoy día – la abuela se niega a hacerlo porque considera que precisamente por tales ventanas aseguradas con las cintas o tapadas va a disparar el enemigo. Tampoco salen fuera aunque el último día del invierno decidieron arriesgarse.

 “No salíamos durante largo tiempo porque constantemente oíamos las explosiones. Por fin decidimos salir. Primeramente, para movernos un poco por lo menos y además, para comprar algo de verduras. Salimos y el vecino de abajo nos dice: “¿A dónde vais? No se puede”. Le contesto: “No pasa nada, Zhora. Ahora sacaremos la basura y lo veremos”. Sacamos la basura, todo estaba en calma. Fuimos al supermercado “Silpó” – estaba cerrado, pero había una cola enfrente. En el mercado tampoco había ninguno de los vendedores . Entonces nos dirigimos a casa. Ya en casa nos enteramos de que cerca del mercado donde estábamos en la tierra se habían atascado dos misiles sin estallar. Estallaron otros, más allá”.

 Los granos de trigo y otros cereales igual que la carne previamente congelada les bastarán para un mes, mientras tanto los vecinos de su casa y la de al lado les ayudan a mantenerse en lo posible – a veces traen huevos, a veces pan fresco. La nevera comprada hace dos meses por un milagro logró mantener la temperatura deseable en la congeladora a pesar de cuatro días sin electricidad y ahora la abuela está hablándole pasando por su lado: “ ¡Qué brava! ¡Cuánto te agradecemos!”

 Nuestros viejecitos tienen planes serios para cuando termine la guerra: la abuela sueña con ir a Rusia y profanar de alguna forma creativa la sepultura de Putin y el abuelo quiere regalarme para mi cumpleaños su gran tesoro – la cámara de vídeo que había dejado en Kharkiv en prueba de que regresaría a mi ciudad hacia mi gente querida. Y mientras nos separan los kilómetros del cielo partido por las amenazas aéreas, pienso en las ventanas sin asegurar y esta cámara con la cual filmaré sin falta a mis abuelitos y la reconstruida ciudad ucraniana de Kharkiv.

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El 25 de febrero de 1659, el ejército ruso bombardeó los archivos del Servicio de Seguridad de Ucrania en Chernihiv. Сomo resultado del bombardeo, el archivo se quemó junto con un medio millón de documentos que se guardaban allí. También se quemó una parte de la historia de mi familia.

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